viernes, 31 de agosto de 2007

EL DIA QUE EL "ÑANDU CRIOLLO" ALCANZO LA GLORIA


Poco importó su esmirriado físico: la fuerza del corazón del pequeño Juan Carlos Zabala le
alcanzó hace 75 años para ganar la maratón y alzarse con la
gloria de la primera medalla dorada olímpica para al atletismo
argentino.
El estadio de Los Angeles, el 7 de agosto de 1932, fue testigo
del andar endiablado de Zabala, que a los 19 años ganó con
autoridad la presea más tradicional de los juegos, marcando además
un nuevo récord olímpico.
En dos horas 31 minutos y 36 segundos, "El Nandú Criollo" marcó
el ritmo para recorrer los 42,195 kilómetros del recorrido y se
dio el gusto de salir primero del estadio olímpico y volver en la
misma posición.
De todas maneras, en el interín de la carrera, que se corrió a
un ritmo alocado y bajo un fuerte calor, Zabala cedió el liderazgo
primero al finés Virtanen y luego al inglés Peter Ferris.
En esos tiempos de poca tecnología informativa, los argentinos
que se quedaron en el estadio esperaron las noticias de la carrera
a través de los altoparlantes del escenario olímpico, que cada 15
ó 20 minutos daba un breve dato sobre quien iba primero en la maratón.
Solo lo acompaño en el coche oficial su entrenador el austríaco
Alejandro Stirling y el nadador argentino Alberto Zorrilla, amigo
de Zabala.
Al escucharse que a los 12 kilómetros el líder era el
finlandés, los argentinos se sorprendieron ya que sabían de la
preparación de Zabala y sus intenciones de no ceder nunca la
punta: le gustaba ganar desde el principio la final.
El fondista nacido en Rosario el 12 de septiembre de 1912,
estaba lleno de confianza antes de largar y había repetido hasta
el cansancio que ganaba la maratón o lo sacaban "en
ambulancia".
Sin embargo aquella vez Zabala demostró también, además de su
capacidad atlética, que era muy inteligente para trazar una
estrategia de carrera y dejó que el desgaste, bajo el calor
húmedo de Los Angeles, lo hicieran los finlandeses Virtanen y
Taivoden y el britanico Ferris para guardar sus fuerzas
justamente para el tramo final.
Con los fineses el argentino tenía una "pica" especial debido
a la juventud de Zabala y un humor que lo identificaba por sobre
los demás atletas.
En la gira previa a los Juegos Olímpicos, el "Nandú" le había
ganado una maratón con comodidad al mejor fondista del mundo, el
finlandés Paavo Nurmi pero fue descalificado sobre el final cuando
a metros de la llegada, el argentino se dio vuelta y le sacó la
lengua a su escolta.
El rosarino era un bromista por naturaleza y además la gloria
deportiva le llegó muy joven, tal fue así que fue habilitado por
su marcas a correr la maratón olímpica a pesar de tener 19 años,
cuando al edad mínima requerida era de 20 años.
Dos horas y media después que salió primero del estadio
olímpico, las trompetas volvieron a recibirlo en el lugar de
privilegio y con suficiente resto físico para recorrer los
últimos 400 metros de la prueba.
En su primera pasada por la meta, confiado, se sacó el gorrito
blanco con el cual corrió y saludó al grupo de argentinos que lo
vivaba desde las tribunas, para luego acelerar los últimos metros
que lo llevaron a la consagración.
La emoción llegó minutos después cuando el pequeño joven de
solo 1,52 metros de altura, con el número 12 en su pecho y una
sonrisa tan franca como su cara inocente, escuchó conmovido el
himno argentino ejecutado de forma deficiente por una banda local.
"El Ñandú Criollo" hacía historia en el deporte argentino, tal
fue su influencia que ese mismo día, a miles de kilómetros de Los
Angeles, en Argentina, otro pequeño gladiador se conmovió por la
noticia.
Era Delfo Cabrera que tenía entonces 13 años y en esa jornada
se preguntó "Si él lo hizo, ¿Por qué no yo?", para delatar el
nacimiento de una vocación por la prueba más exigente del
atletismo mundial.
Las casualidad hicieron que 16 años después, el 7 de agosto de
1948, en los Juegos Olímpico de Londres, Cabrera obtuviera la
medalla dorada en maratón en una carrera emotiva que ganó
superando a su rival, en la última curva de la vuelta final.
La hazaña de hace 75 años de Zabala marcó la vida de Cabrera, y
por estas hazañas de ambos gigantes del deporte nacional, el 7 de
agosto se conmemora el Día del Atletismo.

ROB/Publicado en la agencia Noticias Argentinas/Diario Popular/

A MEDIO SIGLO DE LA OBRA MAESTRA DE UN GENIO


El endiablado circuito de Nürburgring fue testigo hace 50 años de la obra de manejo más majestuosa del inolvidable Juan Manuel Fangio, quien ganó una carrera imposible y conquistó su quinto título mundial en la Fórmula 1. El 4 de agosto de 1957, Fangio formalizó su leyenda en el automovilismo mundial al entregarle una de las joyas más hermosas de una campaña deportiva sin precedentes. Fue el día que el "Chueco" dibujó sobre el asfalto del extenso circuito alemán figuras de conducción nunca antes vistas para recuperar casi un minuto de diferencia con sus rivales y ganar, como un león hambriento, en la última curva su última carrera en la categoría. "Hacía que las curvas más cerradas parecieran rectas", ejemplificó un testigo de esa hazaña, sorprendido aún de como el argentino con una Maserati 250 volaba en esos sectores donde la cátedra decía que se debía manejar de otra forma. El balcarceño no tenía otra posibilidad, a pesar de haber logrado la pole position, su Maserati estaba muy lejos de la potencia de las Ferrari, que además no contaban los problemas de neumáticos y de peso de la máquina del ganador. Fangio tuvo que salir liviano de combustible e ingresar a los boxes a las pocas vueltas a cambiar las llantas Pirelli que se desgastaban muy rápido y volver a cargar nafta, en un proceso que llevó además demasiado tiempo con sus asistentes. El viejo circuito de Nürburgring tenía una extensión de 22 kilómetros y cada vuelta estaba en el promedio de los nueve minutos y medio, por lo cual la demora de boxes hizo alearse a los ingleses Mike Hawthorn y Peter Collins, ambos con Ferrari a 55 segundos del argentino. Entonces, el argentino fue el "Señor del viento" y acelerando hasta sacarle quejas a la Maserati comenzó a descontar segundos vuelta a vuelta, encarando en quinta marcha curvas que debían tomarse en tercera. Sin perder nunca el equilibrio del auto ni salirse de la huella, con maestría el "Chueco" avanzó con un solo objetivo: tener cerca a las dos máquinas rojas que hacían todo bien, sin poder evitar el avance del rival sediento. Eran los tiempos en los que la única comunicación para saber qué pasaba en pista eran los carteles colocados desde boxes en cada vuelta y allí, por la velocidad Fangio, el argentino no alcanzaba a adivinar si tenía una o dos Ferrari delante. Cada vuelta, las 183 curvas del circuito germano, se desandaban humillados al paso de Fangio que rompía récord a cada momento y como ejemplo vale recordar que su mejor vuelta fue de 9 17" 4/10, nueve segundos más rápido que el mejor tiempo de clasificación realizado sin rivales en pista, con el auto sin peso y neumáticos frescos. Antes de la última vuelta, el argentino divisó ya a Collins que iba segundo y que fue superado en el primer tramo de la etapa final de la carrera, en un momento donde el quíntuple campeón del mundo solo tenía como objetivo cazar a Hawthorn. Fangio alcanzó al líder y no aminoró la marcha, para luego comenzar a mostrarle la Maserati por derecha y por izquierda. Desde su espejo, el inglés no podía creer lo que veía y sintió la presión del zarpazo como nunca antes le había sucedido. "Aquel viejo diablo me hubiera aplastado si no me corría", dijo después Hawthorn para justificar la maniobra de correrse a un lado de la pista y salirse casi de camino para dejar pasar al bólido del argentino. Sólo faltaba la última curva para que miles de alemanes presentes fueron testigos de la mayor hazaña del automovilismo mundial, una fotografía guardada en los ojos de los presentes y en películas en blanco y negro de cine. Fangio completó su obra maestra, ganó su quinto diamente (el cuarto consecutivo) y la última de las 24 carrera oficiales que ganó en la Fórmula 1. ROB/Publicado en la agencia Noticias Argentinas/Infobae.com/Diario Popular, 4 de agosto de 2007

LA ULTIMA BATALLA DEL GLADIADOR




La decimocuarta defensa exitosa de la corona que realizó el inolvidable Carlos Monzón fue una nueva demostración de la capacidad demoledora del boxeador argentino y un final apoteótico de una campaña profesional sin precedentes. El 30 de julio de 1977, Monzón derrotó por puntos al colombiano Rodrigo Valdez y le puso fin a una carrera deportiva que lo tuvo como campeón del mundo de los Medianos por siete años. El boxeador santafesino culminó esta extraordinaria etapa del deporte argentino con 14 defensas exitosas de su título mundial, marcando un récord que se mantuvo en la categoría por un cuarto de siglo, hasta que lo superó el estadounidense Bernard Hopkins. La noche del 30 de julio, en el escenario que lo vio lucir con sus mejores brillos, en Montecarlo, Monzón se erigió en uno de los mejores boxeadores de la historia del país al completar una pelea cargada de tensión y dramatismo, que lo dejó como un vencedor indiscutible al final de las 15 vueltas. Frente a él estaba el colombiano Valdez, a quien el argentino lo había vencido por puntos, en un fallo más apretado, un año antes en el mismo escenario. En esa oportunidad, Monzón había recupeado el título del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) que se lo habían quitado en 1974, tras derrotar en París a José "Mantequilla" Nápoles por nocaut técnico en la séptima vuelta. Con la faja completa en su poder, Monzón estelarizó su última función ante Valdez, que reclamaba una revancha, y de esta manera le otorgó un año más de carrera pugilística al argentino que ya estaba casi retirado. Desde el combate de junio de 1976 al de julio de 1977, Monzón se abocó por completo a su carrera cinematográfica, filmando en Argentina y Europa, y a vivir como un astro ya no sólo por su fama deportiva sino por el mediático romance con la entonces vedette Susana Giménez. Sin embargo, como era su costumbre, tres meses antes de la pelea, Monzón se concentró en los entrenamientos y se fijó su última meta: vencer a Valdez con claridad y asumir el retiro. "Cuando subo al ring sólo pienso en destrozar al que tengo enfrente, porque él viene para sacarme algo que es mío", era su frase de cabecera antes de cada combate, en una idea filosófica a la cual agregaba que del cuadilátero había que sacarlo "muerto". Nunca nadie pudo lograrlo en las 14 defensas, y si bien pasó momentos de angustias como ante el norteamericano Benny Briscoe, que lo dejó nocaut en pie en una pelea en el Luna Park en 1972, y luego Emille Grittfith, en 1973, en Montecarlo, pero siempre había salido airoso de esos momentos. Esos fantasmas se reavivaron en el inicio nomás del combate con Valdez, quien le asestó un cross de derecha de lleno en la mandíbula, porque el santafesino sintió aflojar sus rodillas y tocó con su piernas por segundos la lona. Fue un instante en el que Monzón se reincorporó y levantó sus dos brazos en señal de "estar bien", pero tuvo la suerte que el árbitro del combate decidiera hacerle la cuenta de protección. Esa mano -la más peligrosa de Valdez- ya se había anunciado en la primera vuelta, que ganó el colombiano, y le produjo en el segundo round la única caída del campeón del mundo en sus 14 defensas. La luz de alerta cambió la historia. Monzón abrió bien los ojos, ganó el centro del ring y con su repetida pero no menos eficaz fórmula, izquierda en punta martillando la cara del rival y la derecha atenta para demoler, fue ganando espacios y puntos en el jurado. Monzón no era un noqueador nato, era un artista de la demolición sistemática, desde una posición clara de contragolpeador marcaba distancia con la extensión de sus brazos y minaba a cada round la humanidad de sus rivales. Los conocedores del boxeo saben que no es fácil remontar una caída en la puntuación de los jurados, y por ese motivo a partir del octavo round, Monzón buscó el nocaut que cerrara en forma definitiva la pelea. Estuvo cerca al final de la novena vuelta cuando Valdez llegó a su rincón con un ojo cerrado, sangrando y pidiendo piedad, en un tortura que continuó en el décimo, en el que sus piernas flaquearon en varias oporrtunidades. A esa altura de la pelea Monzón ya combatía con su mano derecha fracturada (siempre fue su gran problema, porque para calmar esos dolores en todos los cambates lo infiltraban), y con la ventaja asegurada en los puntos decidió dominar con autoridad los últimos minutos de pelea. El fallo fue contundente: ventajas de seis y siete puntos en cada tarjeta y los brazos en alto para que el Jet Set europeo, con Alain Delon, Jean Paul Belmondo y los príncipes de Mónaco, entre otros, se rindieran a sus pies. Fue el último acto del "Macho" en los rings, cuando se abrazó con su entrenador de toda la vida, Amilcar Brusa, y le confirmó su deseo al oído: "es la última maestro". Estaba a pocos días de cumplir 35 años y Brusa lo arrinconó con uan sentencia: "Está bien Carlos, pero nada de volver", un pedido que cumplió y que ni siquiera pudo cambiar la bolsa millonaria que en 1982 le oferecieron para pelear con Marvin Hagler, quien deseaba una pelea con el argentino. Hace 30 años, como cada día que peleaba Monzón, el país se paralizó. Nadie caminó por las calles, todos se aglutinaron frente a los televisores, que desde Montecarlo emitieron las imágenes en blanco y negro del más grande gladiador que tuvo el boxeo argentino.
ROB/ Publicado en la Agencia Noticias Argentina(Infobae.com/Minutouno.com, el 30 de julio 2007)

miércoles, 29 de agosto de 2007

RACING, A 40 AÑOS DEL REINADO DE AMERICA


La convicción de su fútbol le permitió a Racing Club hace cuatro décadas alcanzar el primer 
escalón de su gloria internacional al vencer en Santiago de Chile
a Nacional de Montevideo por 2 a 1 y ganar la Copa Libertadores de
América.
Cuarenta años después, el juego desplegado por el inolvidable
"Equipo de José" reafirmó con creces con esa victoria las
convicciones futbolística de un plantel que revolucionó el
juego en la década del sesenta.
El 29 de agosto de 1967 --mañana se festejarán 40 años-- los
goles de Norberto Raffo y el brasileño Joao Cardozo destrabaron
en la tercera final del torneo una definición cerrada con los
uruguayos en la cual no faltaron el juego brusco y las agresiones,
típico cóctel explosivo de la Libertadores por aquellos años.
El choque se definió en un tercer partido desempate en el
estadio Nacional de Chile tras dos encuentros que finalizaron
igualados, en Buenos Aires y en el estadio Centenario, sin goles.
El equipo dirigido magistralmente por Juan José Pizzuti se
trepó a la cima de América luego de una campaña titánica que
incluyó 20 partidos, y se transformó en el equipo que más juegos
debió disputar en la historia de este torneo para alcanzar el título.
En la primera fase tuvo una buena performance con ocho
triunfos, un empate y una derrota en una zona que lo llevó a
viajar por casi toda sudamérica al enfrentar a Independiente Santa
Fe e Independiente Medellín de Colombia, Bolívar y 31 de Octubre
de Bolivia y a River Plate.
Luego de asegurarse el primer lugar de la llave, junto a
los "millonarios" pasó a las semifinales, donde integró el grupo
con el club de Núñez, Universitario de Perú y Colo Colo.
El pasó exitoso de La Academia también se sucedió en esta fase
donde ganó cuatro partidos, empató uno y perdió sorpresivamente
con Universitario de Perú 2 a 1 en Avellaneda.
El equipo peruano realizó una excelente campaña también con
dos triunfos claves de visitantes, ante los "blanquicelestes" y
ante River, e igualó el primer lugar de la zona con La Academia,
ambos con nueve unidades.
En las manos del arquero de River, Hugo Orlando Gatti, estuvo
la suerte de Racing, ya que en el último choque del grupo, en
Lima, el "Loco" atajó un penal en el partido ante Universitario
que terminó 2 a 2 y obligó a un desempate de la llave.
Como anticipando el éxito final, la clasificación para la
definición de la Libertadores se concretó en el Estadio Nacional
de Chile donde Racing, a fuerza de temperamento y oportunismo,
ganó 2 a 1.
Las tres finales con los tricolores de Nacional se anticiparon
como una guerra y ese fue el marco que tuvieron los dos primeros
choques, con más brusquedades y acciones de violencia dentro de la
cancha que fútbol.
El partido desempate aburrió un poco más el juego a partir que
la suerte estaba echada y había que ganar o ganar y por ese motivo
ambos equipos demostraron más apertura a desafiarse con la pelota
que con las patadas.
Racing fue un huracán en el primer tiempo y con un planteó
arrollador logró dos goles de ventaja a partir del tanto de
Cardozo, a los 14 minutos de juego, y de Raffo, a los 4 de la
etapa inicial.
En el segundo tiempo fue Nacional que avanzó con todas sus
fuerzas hacía el campo argentino y allí comenzó a prevalecer una
defensa muy bien parada con Roberto Perfumo y Alfio Basile como
estandartes y la seguridad del arquero Agustín Mario Cejas.
Sin embargo, la insistencia y presión de los uruguayos tuvo su
premio a 11 minutos del final cuando el volante Víctor Espárrago
descontó y abrió un pasaje al dramatismo para el tramo final del
encuentro.
En ese momento surgió para algunos argentinos el fantasma de un
año antes cuando River Plate --en ese mismo estadio-- en la final
de 1966 ante Peñarol ganaba dos a cero y tras empatar, los
uruguayos terminaron ganando 4 a 2.
El equipo apretó los dientes y con coraje aguantó los embates
de Nacional y logró resistir los minutos finales para alcanzar la
gloria soñada que desató la locura en las inmediaciones de la sede
del club en Avelleneda donde se desató un carnaval en pleno
invierno.
Fue un justo premio para un equipo que peleaba el descenso a
fines de 1965 cuando asumió Pizzuti, logro mantenerse en la
categoría, construyó una campaña inolvidable de 39 partidos
invicto.
Fue campeón argentino en 1966 y un año después se convirtió en
el rey de América, antesala de su mayor hazaña, conquistar el
mundo por primera vez para Argentina, pero esa es otra historia.
ROB /Publicado 29 de agosto (NA/Infobae.com/Minuto uno.com)

viernes, 24 de agosto de 2007

SANTOS ZACARIAS, EL ESCULTOR DE GRANDES HOMBRES

Sanguíneo, exigente y muy profesional, fueron algunas de las características que desarrolló durante más de 50 años, como hombre del boxeo, el maestro SantosZacarías, quien falleció en esta ciudad.
Una vida dedicada a la enseñanza y la preparación de pugilistas hizo de su carrera una cuestión prioritaria con un importante lugar a la contención y ayuda humana a sus pupilos.
Juan Martín "Látigo" Coggi, uno de los dos campeones mundiales que moldeó desde sus inicios en este deporte, lo definió siempre como un "segundo padre", título que al viejo maestro le encantaba ostentar.
Como progenitor postizo, pero hombre de vital importancia en la campaña deportiva de sus "hijos-boxeadores", Zacarías era exigente, gruñón y de límites muy definidos, situación que muchas veces lo llevó a tener choques temporales con sus dirigidos.
Sin embargo, aquellos que entendían el valor de sus actitudes nunca se movieron de su lado y dejaron, con total confianza, que manejaran sus carreras profesionales.
Sin dudas, tanto "Látigo" Coggi como Sergio Víctor Palma fueron sus mejores proyectos deportivos y que lograron alcanzar el ansiado título mundial, ambos en la década del ochenta. Eran los tiempos en los cuáles para acceder a un combate estelar por la corona no se llegaba con récords fulminantes y en escasas peleas rentadas como es ahora.
Palma fue campeón del mundo luego de 60 peleas y tras perder en un primer intento y ser antes de eso titular argentino y sudamericano de los super gallos, mientras que Coggi llegó a ganar el cinturón con una campaña similar.
Nunca calló lo que sentía y el mejor ejemplo fue la bronca que vivió una noche de 1979 cuando sintió en Barranquilla, Colombia, que su pupilo Palma había sido "robado" en el primer intento por ganar el título mundial ante Ricardo Cardona.
"Nos robaron, ¡ladrones!", gritaba desde el ring a los jurados mientras Palma y el recordado Juan Carlos "Tito" Lectoure intentaban calmarlo.
Ocho meses después, la suerte fue distinta y en Spokane, Estados Unidos, el chaqueño noqueó a Leo Randolph y se convirtió en la gran estrella mundial.
Palma defendió con éxito cinco veces el título mundial hasta1982, cuando perdió por puntos en Miami ante Leo Cruz, y si bienluego siguió su carrera profesional nunca pudo recuperar el cetro.
Ya por entonces, Zacarías cincelaba la campaña de un joven Coggi, quien con un estilo de contragolpeador y su picante mano zurda crecía en una categoría medio mediano liviano poblada de estrellas.
El salto a la fama llegó cuando en el mítico Luna Park noqueóen 1986 a la figura que más prometía en la categoría, el patagónico Hugo "yeye" Hernández, una victoria que lo catapultó a los primeros planos mundiales.
Con esa victoria en su currículum, Zacaría presionó a Lectoure para conseguir una chance mundial ante el italiano Patrizio Oliva, quien había derrotado a otro argentino para acceder a la corona: Ubaldo Sacco.
En esas negociaciones se produjo uno de los primeros grandes choques entre Zacarías y el promotor del Luna Park, cuando Lectroure convenció al manager italiano de darle una oportunidad a Coggi al sostener que el boxeador de Brandsen le había ganado a Hernández "de pura casualidad".
Zacarías se enojo por esa frase, y Tito le explicó que era parte de la estrategía para conseguir la pelea, una explicación que no convenció al entrenador.
Coggi fue campeón y bajo la tutela de Zacarías hizo cuatro defensas en la misma cantidad de años, una situación que enojó alboxeador, quien quería pelear más seguido.
El maestro cuidaba mucho la elección de los rivales a enfrentar en un cuidado extremo de la campaña de Coggi, pero luego de la derrota ante Loreto Gaza, en 1990, la relación se resquebrajó y en la nueva conquista mundial de Coggi, Zacarías faltó en su rincón.
Todos estos años Zacarías no cambió sus métodos de exigencia y dedicación al boxeo, en la actualidad manejaba junto a su hijo Alberto más de 50 púgiles profesionales en una vida que estaba dedicada a su gran pasión: el boxeo.
Esa amada dedicación y la manera de manejarse en la vida fue también el punto que desató la explosiva pelea con Lectoure, que tenía como antecedente aquella frase sobre el triunfo de Coggi a Hernández que siempre consideró hiriente.
La pelea de fondo se desató en 1987 cuando el hombre fuerte del Luna se peleó a los gritos con el entrenador y lo echó delGimnasio del popular estadio de espectáculos.
Esa disputa fue el detonante para que Lectoure decidiera no programar más peleas de boxeo y abandonar la actividad para dedicarse a otro tipo de eventos en el Luna Park.
Zacarías, fiel a su estilo, se recluyó en la Federación de Box y desde allí siguió modelando a nuevos pugilistas, en una continuidad de una pasión que se apagó cuando su corazón dijo basta en las últimas horas.

miércoles, 22 de agosto de 2007



--70 AÑOS DE UNA PASION ARGENTINA
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-- La carrera de este domingo 19 de agosto Turismo Carretera en Río Cuarto será la número 1061 desde el emblemático triunfo logrado por Angel Lo Valvo en el Gran Premio de 1937 y que marcó, hace siete décadas, el inicio de una de las pasiones deportivas más fuertes de los argentinos.
La bandera a cuadros que recibió la cupé Ford V-8 de Lo Valvo en la ciudad de La Plata el 15 de agosto de 1937 fue la culminación de la primera gran aventura de las rutas argentinas para autos con techo, y que abrió el camino a la emoción y el folclore de una categoría única en el mundo.
Fueron en esa oportunidad 14 provincias argentinas recorridas por los 72 participanters que motivados por la pasión por los fierros y la velocidad armaron artesanalmente sus vehículos con el único objetivo de llegar a la meta tras los 6.894 kilómetros de recorrido final de la prueba.
Ese gran premio quedó en la historia como la piedra fundacional del TC y tuvo a Lo Valvo, a los 28 años, como el primer ganador aunque en esa carrera la disputó con el seudonimo "Hipómenes" que tuvo el fin de eludir así a sus acreedores, quienes lo acosaban por deudas contraidas en el juego.
Tanto es así que la tener que firmar la planilla oficial con su nombre real, Lo Valvo se incribió como acompañante con el fin que las crónicas de ese momento no lo dieran a conocer como protagonista de la prueba.
La carrera se largó el 5 de agosto frente a la sede del Atomovil Club Argentino (ACA) y fue el presidente Agustín P. Justo quien dio el banderazo de largada al coche número uno, el Ford de Arturo Krausse.
Durante diez días la prueba recorrió las provincias de la Mesopotamia para luego ir hasta La Rioja y bajar por Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba y La Pampa y volver a subir por la provincia de Buenos Aires en búsqueda de la meta final: La Plata.
Eran tiempos románticos, casi no había rutas y la mayoría de la competencia se corrió en huella de tierra que cruzaban las provincias como única vía de comunicación.
La compertencia recién se pudo correr cuando a fines de julio Vialidad nacional aceptó las propuestas de controles del ACA que implicaron que no podian participar coches sin techo y la velocidad máxima no podía exceder los 120 kilómetros, algo que luego no se cumplió.
La gran mayoría de los vehículos utilizados fueron autos Ford que tenía una mejor adaptación a la velocidad en su motor y resistencia, pero ya en esa prueba hubo algunos Chevrolet, un poco más inestables pero que fueron llevados con mano firme por sus dueños.
La velocidad máxima de aquellos bólidos que despertaba el asombro de los habitantes de los pueblos que vieron pasar a los coches era de 140 kilómetros y en definitiva el promedio final de carrera estuvo en los 80,140 kilómetros por hora.
Lo Valvo con el número cuatro en su puerta llegó primero a La Plata totalizando un tiempo de 80 horas 36 minutos 19 segundos en una clasificación final que tuvo cuatro Ford en los primeros lugares mientras que recièn en el quinto lugar terminó el mejor Chevrolet conducido por Tadeo Tadía.
De los 71 autos que largaron la extenuante carrera solamente arribaron 19 y la mayoría de ellos lo vivieron como una victoria ya que más allá de la prueba deportiva de velocidad, el desafío de muchos de los inscriptos era terminar como testimonio de una aventura completa.
Entre los que largaron esa prueba de inicio de la historia del TC estuvo Oscar Gálvez, quien abandonó a los cinco días, un hechoque no melló su espíritu y lo convirtió luego en uno de lo máximos ídolos del automovilismo nacional.
Entre lo más destacados corredores que participaron en la primera carrera del TC se destacaron además de Lo Valvo y Krausse, los pilotos, Ernesto Roberto Blanco, Eduardo Pedrazzini, Tadeo Taddía, Héctor Suppici Sedes, Rodrigo Daly y el chileno Lorenzo Varoli.
Lo Valvo ganó un premio de 40 mil pesos que le sirvió para pagar sus deudas y volver como un héroe a su ciudad natal: Arrecifes, la capital del automovilismo argentino, además de seguir compitiendo y ganar en 1939 el título oficial de campeón del TC.
Hace 70 años nacía una pasión que hoy está más vigente que nunca y detrás de una nube de polvo de las viejas rutas, como decía un viejo relator automovilístico: " hay un coche a la vista".
De esa historia de fierros y ruta, surgen como emblemas el mismo Lo Valvo, Juan y Oscar Gálvez, Juan Manuel Fangio, Los hermanos Emilliozzi, Luis Di Palma, Héctor Gradassi, Juan MaríaTraverso, Roberto Mouras, Oscar Castellano, Oscar Aventín, Guillermo Ortelli o Norberto Fontana, algunos de los símbolos de los 70 años de esta pasión argentina.
ROB/Publicado por la agencia NA el 19/08/07